Siempre he pensado que la vaca es el mejor animal del mundo, desde un punto de vista alimenticio, claro está.
De una vaca puedes armar todo un menú. Tienes la mantequilla o el quesito para tu pancito en tu desayuno. Y con qué va el pan con mantequilla? Con leche pues... Y más tardecito tienes la carne (razón suficiente para volver al catolicismo).
Y una razón más.
A veces me he sentido extrañamente cercano a las vacas. No han sido pocas las veces que he comido hasta no poder pararme de la mesa, ni echarme, ni sentarme, pero si mi madre ofrecía el postre, surgía un espacio en mi estómago.
Será que en verdad tenemos 4 estómagos como las vacas? Uno para cada tipo de comida? Si fuera así, yo los destinaría a carnes, otros salados, dulces, líquidos. Las verduras y frutas se pasarían de largo. No desperdiciaría ni un milímetro cúbico de estómago en plantas.
O tal vez no tenemos más que un estómago. En cuyo caso, la única respuesta viable a tanto espacio es que todos los días nuestro estómago juega tetris con la comida. Puedes estar hasta el cuello de comida, pero siempre hay la piecita ésa, la larguita de 1x4 cuadraditos que te completa las últimas 4 filas y listo! TIENES ESPACIO!
Y en la otra esquina... el chancho!
Claro, del chancho sólo sacas chancho. El muy puerco no da para nada más. Pero el chancho tiene algo que la vaca no tendrá jamás! La capacidad de convertir todo lo que come (incluyendo llantas, botellas y condones usados) en una de las más deliciosas carnes. Chúpate ésa, Wall-E!
Se sabe que hay países en los que el cuidado y atención ofrecidos a las vacas son de primera calidad, mejor que el Seguro Social peruano. Así es la vaca: delicada, jodidita de mantener. Dale una ramita más de alfalfa a tu vaca y te fregó la leche. El sabor será como el de un mojito horriblemente preparado. Pero al chancho le puedes dar cemento, costal y todo, y sigues con un adobo inmejorable.
. . . . .
Creo que está demás decir que no soy, ni he sido en ninguna de mis vidas anteriores, un vegetariano.
De una vaca puedes armar todo un menú. Tienes la mantequilla o el quesito para tu pancito en tu desayuno. Y con qué va el pan con mantequilla? Con leche pues... Y más tardecito tienes la carne (razón suficiente para volver al catolicismo).
Y una razón más.
A veces me he sentido extrañamente cercano a las vacas. No han sido pocas las veces que he comido hasta no poder pararme de la mesa, ni echarme, ni sentarme, pero si mi madre ofrecía el postre, surgía un espacio en mi estómago.
Será que en verdad tenemos 4 estómagos como las vacas? Uno para cada tipo de comida? Si fuera así, yo los destinaría a carnes, otros salados, dulces, líquidos. Las verduras y frutas se pasarían de largo. No desperdiciaría ni un milímetro cúbico de estómago en plantas.
O tal vez no tenemos más que un estómago. En cuyo caso, la única respuesta viable a tanto espacio es que todos los días nuestro estómago juega tetris con la comida. Puedes estar hasta el cuello de comida, pero siempre hay la piecita ésa, la larguita de 1x4 cuadraditos que te completa las últimas 4 filas y listo! TIENES ESPACIO!
Y en la otra esquina... el chancho!
Claro, del chancho sólo sacas chancho. El muy puerco no da para nada más. Pero el chancho tiene algo que la vaca no tendrá jamás! La capacidad de convertir todo lo que come (incluyendo llantas, botellas y condones usados) en una de las más deliciosas carnes. Chúpate ésa, Wall-E!
Se sabe que hay países en los que el cuidado y atención ofrecidos a las vacas son de primera calidad, mejor que el Seguro Social peruano. Así es la vaca: delicada, jodidita de mantener. Dale una ramita más de alfalfa a tu vaca y te fregó la leche. El sabor será como el de un mojito horriblemente preparado. Pero al chancho le puedes dar cemento, costal y todo, y sigues con un adobo inmejorable.
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Creo que está demás decir que no soy, ni he sido en ninguna de mis vidas anteriores, un vegetariano.
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